La psicología está llena de muertos vivientes, al menos en el campo de la aplicación. Esto es, teorías y modelos que llevan décadas sin reunir una validez empírica en condiciones (desde que salieron), que apenas demuestran eficacia (y nunca superior en nada a las terapias basadas en la evidencia), que a menudo no se estudian (más allá de como una parte de la historia de la disciplina) en el currículo de muchos grados de psicología, pero que luego tienen un espacio en la práctica de muchas psicólogas, o en formaciones truchas (muchas veces con el amparo de los colegios oficiales) donde se ofrece el aprender estas cosas que en realidad no han mostrado valer para nada, pero se perpetúan no se sabe bien por qué.
La teoría del apego es una de ellas. Es como Némesis en el videojuego Resident Evil 3, que es un zombie enorme una jartá de pesao que vuelve y una otra vez por más que le dispares, quemes con lanzallamas, le tires misiles o le cortes la puta cabeza (le salen tentáculos y se vuelve el doble de pesado).
Porque, además, muchos de sus proponentes están convencidísimos de que la teoría del apego está basadísima en la evidencia. Y mira, la verdad es que no. Ni en la teoría, ni en la práctica. De hecho, lo de compararlo con los zombies viene de una declaración de Jerome Kagan (uno de los psicólogos del desarrollo más importantes de la historia) que, ya allá por 2013 postuló que le había sorprendido la respuesta tan negativa a un comentario que hizo de pasada en un congreso, cuando dijo que la teoría del apego llevaba muriendo desde su concepción, y que ya le parecía bien porque nunca pensó que fuese una idea que fuera a ninguna parte. Pero no contaba con el poder de las redes sociales y la divulgación de mierda, porque él tiene la perspectiva de un académico y un científico, y en el mundo de la psicología científica, nadie da dos duros por la teoría del apego.
Las redes sociales son otra cosa, claro. Y hace mucho frío ahí fuera.
Pero pasaremos a las críticas de Kagan más en detalle y más adelante, en el artículo. Ahora vamos a ver qué dice la teoría del apego.
La teoría del apego: de qué va
La teoría del apego fue formulada por un psicoanalista llamado John Bowlby…
Ya. Empezamos mal.
La teoría del apego sostiene que las relaciones de apego que se forman en el primer año de la vida del niño1 entre este y su cuidador principal (figura de apego) son un molde que determinará cómo el crío abordará las relaciones el resto de su vida. Particularmente, sobre todo en la versión original de Bowlby, la relación con la madre2. Esta relación de apego cubre la necesidad básica del niño de afecto, cuidado y protección, que de acuerdo con Bowlby serían imprescindibles para la supervivencia y el desarrollo psicológico de la criatura. Esta idea tampoco era nueva, ya la propuso Karen Horney, otra psicoanalista discípula de Freud en su libro The Neurotic Personality of our Time (1937): si los padres eran distantes con el crío, se creaba una ansiedad básica que lleva a la neurosis. Bowlby llegó a decir en su libro de 1953 Child Care and the Growth of Love3:
“Mother-love is as important for mental health as are vitamins and proteins for physical health,”
De hecho, lo compara con la vitamina C, para ser exactos. Y según él, la privación del apego maternal te deja jodido para los restos del mismo modo que la falta de vitaminas puede dejar secuelas en tu desarrollo. Esta idea la sacó de los experimentos con crías de mono de Harry Harlow, donde los monetes que se veían privados de contacto con su madre tenían muchísimos problemas en su desarrollo y su crecimiento.
Una cosa hay que decir en su favor, y decirla clara. Bowlby tenía buenas intenciones: su meta era reformar y mejorar el sistema de orfanatos en su Gran Bretaña natal, donde los críos vivían en unas condiciones muy jodidas. Y en eso tuvo un éxito que se le tiene que reconocer. Su teoría, aunque recibió críticas desde el principio, ganó una cierta tracción.
En los años 60 y 70 Mary Ainsworth introdujo los 4 tipos de apego que se usan hoy día: el seguro (que se supone que es el bueno), el ansioso, el evitativo y el desorganizado. Ainsworth desarrolló la situación del extraño, un tipo de experimento en el que un bebé y una madre eran observados interactuando en una sala con algunos juguetes, y a continuación se observaban las reacciones del enano cuando la mamá se marchaba y lo dejaba solo un momento, cuando entraba una persona extraña, que luego se marchaba, y cuando volvía la madre. Según cómo el bebé iba reaccionando en cada momento, se le asignaba una etiqueta. En su obra definitiva (trilogía, en realidad, de 1969 a 1982) llamada Attachment and Loss, ya establecen que esto va a ser, definitivamente, el patrón para toda la vida. De hecho, hay autores que hablan de que los padres o pueden transmitir los estilos de apego a sus hijos, con lo cual, si según el psicoanálisis ya vienes jodido de casa, aquí ya tienes jodienda desde antes de la concepción.
Como muchas cosas que la gente cree acerca de la conducta, esta es una explicación que tiene un cierto sentido literario… hasta que rascas un poco. ¿Qué sentido tiene para nuestra especie, que durante el 99,99% de nuestra historia ha vivido en condiciones de altísima mortalidad, que la infancia sea algo tan crítico que puede dejar a un individuo con dificultades adicionales para funcionar? ¿Qué pasaba con los críos cuando sus cuidadores morían de manera súbita, o los abandonaban, o los niños eran secuestrados y vendidos como esclavos, o…?
Críticas desde la psicología
La crítica de Kagan, en las páginas 103 a 109 de su libro The Human Spark, son ya de entrada muy contundentes: las respuestas de los críos en la situación del extraño se explican muchísimo mejor por variables temperamentales del crío, esto es, por el carácter con el que cada uno venimos al mundo, que por la relación madre - hijo. Vaya, que hay críos más nerviosos que otros, y más pendientes de lo que hace su madre que otros. Además, no hay la menor prueba de que sea generalizable, esto es: sí, tú puedes aprender cuando eres un bebé que tu madre no es de fiar, pero otros adultos y cuidadores sí lo sean, con lo que tú no tendrías un apego así o asá, tú tendrías un apego así o así con alguien en concreto.
Pero es que no os lo perdáis: Kagan señala este estudio, que se centra en los niños procedentes de los orfanatos rumanos de la época de Ceaucescu, que fueron rescatados de unas condiciones de abandono y maltrato terroríficas, y que fueron adoptados por familias occidentales. Pues bien, esto dice Kagan:
Almost one-half of a group of children who spent their first eighteen months in a severely depriving Romanian orphanage before being adopted met the criterion for a secure attachment in the Strange Situation when they were forty-two months old
Esto es: la mitad de los niños rescatados cumplían los criterios de apego seguro y saludable antes de cumplir los 4 años, a pesar de que, de acuerdo con la teoría de Bowlby y Ainsworth, deberían haber quedado sollados perdidos, con un apego destrozado. Estos niños fueron criados en sus primeros meses y años en unas condiciones objetivamente espantosas, y sin embargo la mitad de ellos a los 4 años estaban como si los hubieran criado en una familia amorosa.
Bowlby llegó a decir que las guarderías eran nefastas porque, evidentemente, suponen una privación del contacto maternal, y por tanto, dañan el apego. Sin embargo, no hay la menor evidencia de que el meter a tu hijo en una guardería tenga ningún beneficio ni perjuicio especial. Ni una. En algunas culturas como en los Países Bajos o en Alemania, las madres tienden a ser menos solícitas y rápidas atendiendo el llanto, porque creen (debido a su cultura) que es bueno que los niños pequeños aprendan a afrontar un moderado malestar. Y no parece que tengan problemas con ello.
Pero hay más todavía. Kagan cita a Alan Sroufe, un defensor del apego (en el inicio) que tuvo que cambiar sus puntos de vista a medida que se iba estudiando el tema (lo cual le honra):
The evidence he and his colleagues gathered over the past thirty years led him to soften his earlier views, for he discovered that some securely attached children developed psychological problems whereas some insecurely attached children have satisfactory adjustments as adults. These data prompted Sroufe to acknowledge, first, that parental behaviors in the first year do not exert a strong influence on the future and, second, that infants’ temperaments make a contribution to their behavior in the Strange Situation as well as to their later social adjustment. (p. 109)
La evidencia que Sroufe y sus colegas recogen durante 30 años muestra que el tipo de apego no predice si vas a tener problemas psicológicos de mayor, por un lado, y que parece que el comportamiento de los padres en el primer año de vida no tiene influencia en el futuro; y que además es más importante el temperamento del crío.
Una de las revisiones más demoledoras, que además viene desde el lado del psicoanálisis, señala seis problemas con la teoría del apego, y por qué habría que repensarlo, que es una forma educada de decir que no vale ni para estar escondido.
Los problemas que encontraron en la revisión, y que Joel Paris resume muy bien en Nature and Nurture in Personality (p. 115), son los siguientes:
No hay relación entre las medidas de apego en la etapa de bebé y las posteriores. No es estable ni mucho menos. Lo cual es, por cierto, consistente con la literatura de Kagan sobre que los críos ya traen un cierto temperamento.
La relación entre estilo de apego en la infancia y en la edad adulta es muy débil.
El apego no es el mismo en diferentes culturas, la teoría sólo tiene en cuenta una concepción anglosajona de la crianza. Luego ampliaremos esto.
La transmisión intergeneracional de los estilos de apego es muy débil.
Hay una importante influencia genética en los estilos de apego, que haría que dependiera más de la parte innata de la personalidad que de lo que haga tu madre.
El estilo de apego no predice respuesta a la psicoterapia.
Una crítica muy convincente la hace Judith Rich Harris en El Mito de la Educación, citando a Lamb y Nash (p. 157), que concluye
A pesar de las repetidas afirmaciones de que la calidad de la relación social con los compañeros viene determinada por la calidad anterior de la relación de apego hijo-madre, hay pocas pruebas empíricas que permitan sostener esa tesis.
Y acaba Harris:
El único resultado convincente que ha proporcionado esa investigación sobre la seguridad del apego ha sido que las relaciones de los niños son, hasta cierto punto, independientes unas de otras. Los niños que mantienen un vínculo de apego seguro con sus madres, no necesariamente se sienten seguros con sus padres, y viceversa. Los niños que se sienten apegados con seguridad a sus cuidadoras de la guardería no necesariamente se sienten así con sus madres, y viceversa. La seguridad del apego no reside en el niño, sino en las relaciones del niño. La mente del niño no solo almacena un modelo de comportamiento, sino varios: uno para cada relación.
Es que los padres no pintamos mucho
El artículo de Eleanor Maccoby, con motivo del centenario de la APA (la Asociación Americana de Psicología) venía a reconocer que bueno, que aquel estudio que ella había iniciado en los 50 tratando de encontrar una relación entre la conducta de los padres y los rasgos de personalidad del niño, pues había sido una gran mierda (y por eso no se llegó a publicar). Eso sí, lo reconoció ya jubilada, más de 35 años después, como bien señala Harris. Esto es lo que dice el artículo de Maccoby (traducción extraída de El Mito de la Educación, p.21):
El corpus de resultados del trabajo fue, en muchos aspectos, decepcionante. En un estudio sobre 400 familias se encontraron muy pocas relaciones entre los métodos de crianza de los padres (detallados por estos en las entrevistas) y las valoraciones independientes de las personalidades características de los niños. Tan pocas, en efecto, que apenas se publicó nada relativo a esos dos conjuntos de datos. El principal provecho del estudio lo constituyó un libro sobre los métodos de crianza de los niños vistos desde la perspectiva de las madres. Se trataba de un libro básicamente descriptivo e incluía muy pocas pruebas prácticas de las teorías que habían conducido a la realización del estudio.
O sea, resumiendo más: esperábamos que salieran relaciones entre la conducta de los padres y la personalidad de los hijos, y como no salió, pues tampoco lo publicamos porque no íbamos a publicar algo que contradice la tesis que todo el mundo da por buena. Pero como ya estoy jubilada, lo puedo contar.
Muchos estudios partiendo de esa misma idea, como los de Baumrind, si parecieron encontrar una relación entre los llamados “estilos parentales” y la personalidad de los críos. Pero cuando los rascas un poco, pues resulta que no, que no viene a salir eso.
En el mismo libro de Harris, podemos ver otro estudio de la legendaria señora Maccoby (Maccoby, E. E., & Martin, J. A. (1983). Socialization in the context of the family: Parent-child interaction. In P. H. Mussen (Series Ed.) & E. M. Hetherington( Vol. Ed.), Handbook of Child Psychology: Vol. IV. Socialization, Personality and Social Development (4th Ed., pp. 1-101). New York: Wiley), que Maccoby y Martin publicaron como un capítulo de un volumen sobre psicología del desarrollo, hablando justo de la importancia de la interacción entre padres e hijos para la personalidad de los críos. Y la importancia era nula. De hecho, los autores flipaban porque es que no importaba nada: no había ninguna correlación válida entre lo que hicieran los padres y la personalidad de los niños. Pero es que, además, los críos adoptados en el mismo hogar (sujetos todos se supone a la misma crianza) no tienen una personalidad ni parecida, igual que los hermanos biológicos (los gemelos idénticos algo más, pero hay muchas diferencias pese a tener los mismos genes).
Estos hallazgos implican seriamente que es mínimo el impacto del entorno físico que los padres pueden proporcionar a los niños, y que mínimo es también el impacto de las características de los padres que deben ser esencialmente las mismas para todos los niños de la familia: por ejemplo, la educación, o la calidad de la relación entre los esposos. En efecto, las implicaciones son o bien que la conducta de los padres no tiene ningún efecto, o bien que solamente los aspectos efectivos de los padres deben variar grandemente de un niño a otro dentro de la misma familia.
Esta es una tesis, la de Harris, que explico con más detalle en esta charla.
Y es muy impopular, y la gente se enfada muchísimo cuando lo cuentas, porque estamos apegadísimos a esa idea de que lo que hacemos los padres es esencial, y que podemos moldear a nuestros hijos, que podemos SALVARLOS y hacer que sean felices pero… la realidad es que no. Y no sólo porque la psicología va viendo que la infancia no es una etapa más importante que las demás.
Críticas desde la antropología
Probablemente algunas de las críticas más potentes a la teoría del apego vengan, curiosamente, de fuera de la psicología: dos obras muy importantes están escritas por antropólogas, y nos muestran por qué es una teoría que no tiene utilidad alguna. En esta parte nos referiremos a The Myth of Attachment Theory de Heidi Keller, y a Do Parents Matter? de Robert y Sarah Levine. Como ya llevamos un tocho, me voy a poner muy muy resumido.
Las críticas principales que estos autores proponen son, simplemente, que la teoría del apego, que por más que digan que ha evolucionado mucho en realidad es ahora más fiel que nunca a sus orígenes de los años 50 (Keller, p. 24), refleja estupendamente una crítica que se hace a una gran parte de la psicología, que es el haberse convertido en lo que se llama una ciencia WEIRD: White, Educated, Industrialized, Rich and Developed. Esto es, que muchos estudios en el mundo de la psicología, especialmente en las áreas de psicología social o psicología del desarrollo, se han realizado en poblaciones occidentales, de países occidentales y “desarrollados”. Pero eso no tiene por qué reflejar las realidades de otras culturas y regiones. Y en cosas como la teoría del apego, que pretende ser una teoría universal, es más flagrante todavía. Si los presupuestos de la teoría del apego fueran correctos, entonces el mundo estaría lleno de poblaciones enteras traumatizadas porque, en realidad, la manera que hemos decidido en Occidente que es la “correcta” de cuidar a los niños, es una anomalía. Por todo el mundo, miles y miles de millones de niños son criados con prácticas que, según los teóricos del apego, expertos en trauma, niños interiores y demás, deberían ser el equivalente a un campo de concentración, dejando países llenos de adultos destrozados psicológicamente. Y como os podéis imaginar, la realidad no es esa. Pero como bien señala Keller, las ideas de Bowlby estaban muy influidas por sus propias experiencias. Bowlby fue un niño inglés de clase alta que, como era y sigue siendo costumbre en esa clase social, no fue criado por su madre ni su padre, sino que tenía una niñera asignada, a la que se apegó mucho y que, cuando dejó el trabajo siendo Bowlby pequeño, le causó un gran malestar. En la más pura costumbre psicoanalítica, Bowlby decidió que las experiencias anecdóticas de una persona de clase alta tenían que ser necesariamente imperativos psicológicos universales, y en base a un sólo dato generalizó toda una movida que, después, no resiste el más mínimo análisis.
Un ejemplo del texto de los Levine nos puede ayudar a entender mejor hasta qué punto lo del apego no tiene nada que ver con la experiencia de muchísimos niños por todo el mundo: en el noroeste de Nigeria podemos encontrar una cultura más abundante que las otras, los Hausa Fulani, que tienen diferentes tabúes y costumbres sobre las relaciones familiares y la crianza de los hijos. Estos tabúes se agrupan en el llamado kunya que es el conjunto de obligaciones que una madre tiene:
The Hausa practice is derived from a code called kunya, whose foremost stricture is that a wife should not utter her husband’s name; at the local clinic, a woman had to take along an older child to tell the clerk her husband’s family name. The Hausa-Fulani mothers understood kunya to ban eye contact, play, or talk in their infant care. Many of their children would also be sent away for fostering by kin after weaning (during the second year) and might not see their mothers for years.
O sea: una mujer no puede decir el nombre de su marido, no puede hablar, tener contacto visual o jugar con sus hijos pequeños. Si el niño llora le da el pecho, o lo limpia, o lo que sea, pero ignoran completamente cualquier intento del niño por interactuar. Y cuando el crío se desteta, a menudo lo mandan fuera de casa a que lo críe un familiar, y pueden pasar años sin ver a sus madres.
Es duro, ¿eh? Una madre que Sarah Levine entrevistó le dijo, cuando esta le preguntó cómo es que no hablaba con la cría pequeña, “¿para qué voy a hablar con una cría antes de que haya aprendido a hablar?”
Esto, aquí en Occidente, se consideraría maltrato. Los Hausa, que son millones de personas, deberían ser una población psicológicamente destruida por haberse criado siendo ignorados activamente por sus madres, que según Bowlby son tabletas de vitamina C andantes o yo qué sé. Pero la realidad no es esa. La realidad es que la mayoría de los Hausa-Fulani, como en el resto del mundo, son personas ajustadas a su entorno.
Y no hace falta irse tan lejos: los niños japoneses son conocidos por su independencia y autonomía desde muy pequeñitos, pero en Japón es normal que los niños duerman con los padres hasta los 10 años, por ejemplo, lo cual según algunos psicoanalistas citados por los Levine podría llevar a que el crío nunca desarrolle una personalidad independiente. Cruzando el mar, en China, es muy común que las madres chinas ataquen verbalmente a sus hijos, los reprendan con enorme exigencia y les recuerden frecuentemente que no están a la altura, y sin embargo los niños chinos no están muy preocupados por ello. Diferentes contextos, diferentes maneras, pero no hay poblaciones más “sanas” psicológicamente que otras. Lo que hemos dado en llamar la crianza correcta en Occidente es más un reflejo de nuestra moralidad, centrada en la libertad individual y en un conjunto de valores, que en una evidencia empírica sobre qué es realmente mejor para el desarrollo psicológico de las personas.
Casi 4000 palabras. Ya estoy hasta el rabo.
En resumen
La teoría del apego es una teoría que trata de universalizar una cosa que es muy particular, ignorando por un lado que hay muchísimas maneras de criar niños sin que esto cause más problemas psicológicos en unas poblaciones que en otras, basándose en el supuesto sin probar de que, por alguna razón, la infancia temprana es un período más importante que los demás y que por lo que sea nuestra especie tiene una vulnerabilidad inexplicable desde el punto de vista de la evolución.
A la hora de predecir, la teoría del apego no predice ni describe absolutamente nada: lo que describe atribuyéndolo al apego se explica mejor simplemente por el temperamento del niño, y además el tipo de apego que se tiene con una persona no se generaliza a las demás con que, ¿qué más da? Así mismo, tampoco predice la aparición de problemas psicológicos, con lo que no nos dice absolutamente nada que sirva para nada.
Bueno sí, sirve para dos cosas: por un lado, para sustentar una boyante industria de gurúes de la crianza que se dedican a sacarnos dinero a los padres explicándonos la manera “correcta” de asegurarnos de que nuestros hijos serán correctamente estimulados para poder desarrollar todo su potencial y asegurarnos de que sean muy felices cuando, en realidad, pintamos bastante poco en ello. Por otro lado, para sustentar otra estupenda industria de formaciones truchas para psicólogos y educadores donde se les pueden sacar pastizales a profesionales para enseñarles a hacer teatrillos con clicks de playmobil en cajas de arena, y llamar a eso trabajo psicológico serio. Como pasa con la EMDR, la terapia basada en traumas y demás cosas así, este tipo de formaciones sólo sirven para mostrar que hacer psicología sin evidencia no sólo tiene menos eficacia y más problemas para el consultante, sino que además al psicólogo le sale carísimo, porque estas gilipolleces además se cobran a precio de coltán.
Bola extra: Libro magnífico sobre rumia y ansiedad
Mi amiga María Zafra (@psikigai) ha escrito un libro estupendo sobre la ansiedad, la rumia, y qué hacer con ella desde el punto de vista de las terapias conductuales y contextuales. Y es una pequeña joya, llena de cosas aplicables. En un mundo donde abunda la autoayuda, las psicoobviedades y la tontería sin probar, el estilo de Mari es una delicia, y podéis ver desde dentro cómo se aborda la rumia desde la terapia de conducta, concretamente desde las terapias contextuales, pero para todo el público en vez de un manual técnico. Muy recomendable.
Luego se amplió de 6 meses a dos años.
Para el psicoanálisis, las madres tienen la culpa de TODO.
Cita extraída del libro de Robert y Sarah Levine, ver más abajo.
Muchas gracias por el artículo. Éste, sin lugar a dudas, va a ser un texto que tendré de referencia muchas veces y pienso que es muy necesario.
Joder, qué alivio leer esto, de verdad. Yo no soy madre ni psicóloga, pero lo de la teoría se los apegos me atufaba cosa mala. (Me voy a pillar el libro de Mari inmediatamente.) Gracias miles por divulgar psicología sin mierdas. ❤️