Sobre el porno y la psicología (I): ¿Adictos al sexo?
Qué viene a decir la investigación sobre zurrarse la sardina
Lo primero de todo, buenos días (el otro día vimos Superlópez y bueno).
Empezamos aquí una serie de artículos (este tendría que haber salido el viernes, pero la vida me sigue pasando por encima como apisonadora), que tendrá la duración necesaria para decir lo que tengamos que decir, sobre un tema en el que hace unos días me estuvieron dando una infinita vara en Twitter, a cuenta de mi colaboración con un par de medios acerca de los efectos de la pornografía en jóvenes, adultos y demás, la idea de bombero del pajaporte, y cosas por el estilo. Por supuesto, en un tema tan politizado como este es imposible meterse a divulgar sin que te digan de todo, sobre todo porque este es un caso más de la psicología encontrando que las creencias populares sobre la conducta no parecen estar sustentadas en nada.
Breve disclaimer: lo que pienso del porno y la industria
El porno me parece una industria tan corrupta y plagada de problemas como cualquier otra, y más que muchas. En muchos casos, el lugar que le corresponde es un contenedor ardiendo. No soy un defensor del porno, ni considero que el porno sea particularmente beneficioso para nada, a la luz de la evidencia que tenemos.
Pero que a mí el porno me parezca una mierda de industria no significa que esté dispuesto a achacarle efectos psicológicos malignos si la evidencia no los sustenta. Así que dicho esto, y que no me pagan de Pornhub (aunque por supuesto habrá fauna que piense que sí), empezamos a hablar de porno y la investigación sobre ello, y qué podemos sacar en claro.
Adictos al sexo, ¿verdad o excusa?
Como hablamos el otro día al reseñar el estupendo libro de Navas y Perales, un problema al hablar de adicciones es que, en realidad, es un constructo muy mal definido, que se presta a todo tipo de tergiversaciones.
El primer tema es que, como pasa a menudo, el uso coloquial del término parece contaminar el discurso en la investigación. En la mayoría de los casos, cuando la gente dice que es adicta a los Simpson, a la tortilla de patatas, o a lo que sea, suelen usar ese término de forma cómica, hiperbólica, simplemente para decir que algo les gusta mucho.
Pero a veces se toman esas afirmaciones, esos autoinformes, como un diagnóstico. Y no es muy riguroso que digamos. Cuando encima el término adicción se mezcla con algo siempre controvertido como es el sexo, el merdé está asegurado. Porque a menudo, cuando se habla de adicción al sexo, no se habla de una actividad sexual fuera de control, sino de la culpa y la vergüenza que algunas personas experimentan acerca de su sexualidad.
El término adicción al sexo se lo inventan en 1976, y es, simplemente, la modernización de un término tradicional, que sería pervertido1. Como el término tradicional, se refiere simplemente a lo que el árbitro de la decencia de turno considere excesivo o inadecuado, sin la menor base científica. Esto a los conservadores americanos les encantó, cometiendo el error común de, simplemente, aplicar los mismos criterios y definiciones de la adicción a sustancias a la supuesta adicción al sexo, una cosa que, de modo nada casual, también hacen los proponentes de la adicción al móvil. Los pánicos morales siempre son lo mismo. Por ejemplo, recientemente un estudio demostró que, si usamos estos criterios sin un mínimo razonamiento, podemos demostrar que el 70% de los adolescentes son adictos… a estar con sus amigos.
Continúa leyendo con una prueba gratuita de 7 días
Suscríbete a Sesgo de Confirmación para seguir leyendo este post y obtener 7 días de acceso gratis al archivo completo de posts.