Vivimos en una sociedad... con móviles (I)
Donde vemos qué pasa con nuestras relaciones y los móviles. Si es que pasa algo. Que sí.
Tarde, pero llegamos
Jajajajaja, igual pensábais que me había olvidado de que era lunes y había que sacar la newsletter de hoy, ¿verdad que sí? PUES NO.
Lo que sí ha habido es un cambio de planes por un estudio muy interesante que acaba de salir, y que me ha cambiado el plan. Este es lo bastante chulo como para merecer salir en abierto. Y como quería empezar este mes hablando de móviles y relaciones sociales, viene al pelo.
Ya sabemos que la multitarea nos machaca la atención y que eso tiene determinadas consecuencias. Sabemos también que es cuestionable decir que los móviles son adictivos, o que causan problemas psicológicos. ¿Pero pueden estar afectando a cómo interactuamos con los demás?
El phubbing, ¿y eso por qué?
Phubbing es una palabra inventada por el diccionario australiano Macquaire, que desarrolló durante el año 2012 una campaña alrededor del mundo dedicada a familiarizar a la población con la palabra phubbing (Pathak, 2013). Combinando las palabras phone (teléfono) y snubbing (hacer un desprecio), se hace referencia al hecho de que, en una reunión social, nos dediquemos a ignorar a alguien al estar prestando atención al teléfono móvil en lugar de hablar con esa persona cara a cara.
Como podéis imaginar, la evidencia apunta a que los efectos no son buenos. En general, ya sabemos que la gente valora peor las interacciones sociales cuando tenemos un móvil por medio, y hoy quiero profundizar más en estas cosas.
Lo primero, una novedad: ¿si sabemos que a la gente le disgusta que usemos el móvil estando con ellos, por qué lo hacemos? Un estudio visto vía TechnoSapiens) pretende responder exactamente esa pregunta, y es el título del estudio.
Why do people turn to smartphones during social interactions? - ScienceDirect
El estudio es muy interesante por el método, y por lo que nos dice (aunque como con todo, seguirá haciendo falta más investigación). Vamos a verlo.
Deja el móvil ya, cojones, me dicen
Se coge a un montón de estudiantes universitarios1 y se les pide que esperen unos 20 minutos, en grupos de 3-4, en una sala en la que hay algunos entretenimientos: unos juegos de Jenga2 gigantes3. La mitad de los participantes no tienen su móvil con ellos, la otra mitad sí. Les cuentas una milonga4 de que estás midiendo oscilaciones del cortisol a lo largo del día (y, de hecho, tomas muestras antes y después para que quede creíble). Mientras, les grabas en vídeo y al acabar les pasas cuestionarios para medir qué bien lo pasaron en diferentes momentos del experimento. Y ves qué hacen.
Lo que se esperaba era que los estudiantes con móvil lo pasarían algo mejor al principio (por poder usar el móvil los primeros minutos) y luego habría habituación, y los que no tuvieran móvil al revés, un malestar al principio y luego habituación. De este modo, se entendería que se usa el móvil como una manera de afrontar situaciones potencialmente aburridas, como una forma de escapar de ese leve malestar. Pero no.
Os cito el artículo
Contrary to our hypothesis, phones failed to confer any detectable benefits. Instead, participants who had access to their phones reported worse overall subjective experience and socialized significantly less (on both self-report and objective measures) compared to those who did not have access to their phones. The findings from this registered report cast doubt on the possibility that people are making sensible—albeit myopic—choices to use their phones, suggesting that people may be acting against their own best interest when they use phones in social situations.
Traduzco: La gente podría estar actuando contra su propio interés al usar el móvil en situaciones sociales.
Los estudiantes que usaron el móvil lo pasaron peor todo el tiempo. Los que no tenían el móvil hacían otras cosas: hablaban con los otros, y de hecho, al analizar los datos, parece probable que precisamente, los que tenían el móvil, al no socializar, se sentían peor justamente por eso. El móvil nos facilita no socializar (el 27% de los estudiantes con móvil no tuvieron ningún contacto en absoluto frente a sólo el 6% de los estudiantes sin móvil), y el no socializar nos hace disfrutar menos.
¿Pero por qué lo hacemos?
Hay muchas razones que podemos poner para hacer algo que disminuye nuestro disfrute de las cosas. En el caso del móvil, desde una perspectiva de análisis funcional, se nos ocurren varias.
En primer lugar, entablar una conversación es una conducta con un coste de emisión de respuesta significativo, en comparación con simplemente coger el móvil y ponerse a bichear. Vamos a recordar una cosa: si tenemos dos conductas a elegir, uno de los criterios de elección será el coste de acceder al reforzador, el esfuerzo de emitir la conducta (sacar el móvil es más fácil que presentarse a un desconocido). Si vemos que nos podemos aburrir, las dos conductas nos pueden evitar ese aburrimiento, pero una cuesta menos que la otra.
En segundo lugar, importa la distancia temporal con el reforzador (chuminear con el móvil es una recompensa pequeña pero inmediata, hablar con gente es un reforzador mayor, pero lleva más tiempo).
En tercer lugar, la certeza de conseguir el reforzador también es un factor: el móvil es una recompensa pequeña pero segura, la interacción social es más incierta. Así que vamos a lo seguro.
De hecho, tenemos fórmulas, por ejemplo, las fórmulas de Mazur, que relacionan todos estos factores5. Aquí tenéis un artículo bastante majo (y un poco bastante técnico) sobre la conducta de elección. Y si tenéis un rato largo, aquí tenéis esta clase magistral de Santiago Benjumea, sobre precisamente este tema, en su canal, que es una joya6. O podéis leer The Science of Self-Control, de Rachlin, o Autocontrol de la conducta de Thoresen y Mahoney. Será por bibliografía.
Esta mierda es contagiosa (y viva Solomon Asch)
Así mismo, la introversión también era un factor: los sujetos más introvertidos tenían más probabilidades de usar el móvil en espera. No es que sea muy sorprendente pero está bien.
Y esto es más interesante aún: el 59% de los sujetos que tenían móvil lo sacaban en el primer minuto, y ese comportamiento era contagioso. Cuando uno saca el móvil, la gente alrededor saca el suyo. Cuando haces pop, ya no hay stop7. De nuevo, cito el estudio:
“…if anyone feels uncomfortable in a social situation, they may turn to their phones, leading others around them to mimic their behavior in a way that perpetuates negative outcomes for the group.”
O sea: si alguien está incómodo puede empezar a usar el móvil, como modo de escape, y por imitación todos acaban haciendo algo que es, en realidad, negativo para el grupo.
Esto no es un hallazgo nuevo, pero viene bien recordarlo, justo ahora que acabamos de tener una replicación y extensión espectacular de los experimentos de conformidad de Asch. De modo que podemos decir con confianza que la tendencia a imitar el uso del móvil es contagiosa, incluso si en realidad nos hace disfrutar menos de las situaciones sociales o de las situaciones en las que hay que esperar. ¿Por qué? Pues simplemente porque tendemos a querer conformarnos con lo que hacen los demás, incluso cuando los sentidos nos dicen otra cosa, o incluso cuando va en contra de nuestros intereses. Por ejemplo, preferir ir al bar que está petado de gente incluso si eso supone estar menos cómodo y tener peor servicio.
El experimento clásico de Asch, por si no lo conoces, explicado en menos de 5 minutos.
Como en toda conducta, el usar el móvil también puede tener una función que no esperamos. Por ejemplo, los adolescentes a menudo fingen estar usando el móvil en contextos sociales, o chateando. Y hay estudios que apuntan a por qué: los chavales usan (o fingen usar) el móvil para evitar situaciones incómodas, pero también para poner una apariencia positiva (para parecer que molas, vaya) o en situaciones de inseguridad. Muchas
En conclusión
Aunque, de nuevo, los móviles no suponen el apocalipsis que muchos predicen, sí es cierto que parecen tener efecto en otro aspecto de nuestra conducta, en este caso la conducta social.
La facilidad con la que podemos usar el móvil para evitar pequeñas incomodidades (como por ejemplo, pausas y tiempos muertos en conversaciones, conversaciones poco interesantes, períodos de espera), nos puede estar privando de más oportunidades de interactuar en persona, que es lo verdaderamente gratificante, y encima este proceso se vería amplificado (y reforzado) por la tendencia a la imitación y la conformidad que describía Solomon Asch. Uno lo hace, lo hacemos los demás, y ya estaríamos.
Quizá merezca la pena, a la luz de esto, buscar espacios libres de móvil para facilitar la interacción social, tanto en casa como en el trabajo y, especialmente, los espacios de espera (igual parece que nos vamos a aburrir, pero experimentos como este muestran que, en realidad, vamos a disfrutar más del rato ). Y este es, además, un gran argumento para aquellos que quieren limitar el uso de los dispositivos en las escuelas y centros educativos: no sólo son una formidable distracción en el aula, lo cual es suficiente para querer limitarlos sin tener que ir pánicos morales, sino que además se estaría limitando la tendencia a interactuar socialmente, que es especialmente relevante en estos momentos del desarrollo.
Y con esto damos comienzo al mes de la Sociedad y los Móviles, que es como he decidido llamar al tema de los posts de este mes. En los próximos posts hablaremos de varios fenómenos sociales que pueden verse afectados por la presencia de los móviles, o por los contextos diferentes que nos propone internet. Hablaremos de trolls, hablaremos de ligar y follar por internet, y de cómo la distracción a veces nos hace juzgar peor a las personas. Clásico y moderno, como me gusta a mí. Hasta el siguiente artículo.
Extra: no más psicología que la psiquiatra vitamina, pero mola mucho.
Echad un vistazo a esta genialidad que hizo Moby & The Void Pacific Choir, con animación de Steve Cutts. Es exagerado, claro, porque muchas veces el arte te tiene que poner las cosas muy exageradas y muy en la cara para que lo veas. Y no, no comparto todos esos puntos de vista. Pero lo que es genial, es genial.
Si queréis escuchar el disco, que es un pepinaco, podéis probar aquí, que lo han puesto gratis, o podéis comprarlo directamente al grupo, en formato vinilo. Lo han puesto gratis, dadle amor.
Este es uno de los puntos débiles del estudio, y de otros muchos estudios en psicología: se tiende muchísimo a utilizar estudiantes universitarios, con lo que corremos el riesgo de que la muestra no sea tan representativa. Pero en esta conducta probablemente los universitarios hagan un uso del móvil muy similar al de la población general.
El Jenga es de esa clase de juegos que no puedo jugar con gente con la que quiero seguir teniendo relación.
El estudio no especifica cuánto tiempo pasaron los sujetos jugando con esto, y como bien señala la estupenda TecnoSapiens, que es por quien yo llegué al estudio, es una omisión importante.
Ningún estudio de psicología está completo sin eso.
Por eso, cuando un hinjiniero o algún otro viene a decir que la psicología no tiene leyes universales ni fórmulas ni cosas de esas, hay que reírse muy fuerte de ellos y compadecerse.
Volver a escuchar a este hombre hablando de las mascarillas y demás cosas post-confinamiento me sigue pareciendo como un mal sueño muy lejano.
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